La huelga feminista convocada para este 8 de marzo descoloca mucho. Y es lógico, no es una huelga al uso. No es una huelga contra un patrón, ni contra un gobierno, ni contra ninguna medida ni reforma concreta. Es una enmienda a la totalidad del sistema.
Un sistema que invisibiliza y desvaloriza el trabajo de cuidados que desempeñan, mayoritariamente, las mujeres. Un sistema que dificulta su acceso al mercado laboral y precariza las condiciones laborales de las mujeres en los trabajos remunerados. Un sistema que violenta, por acción u omisión, el cuerpo de las mujeres. Un sistema que sigue educando a la mitad de la población a detentar el poder y a la otra mitad a soportarlo, nunca a compartirlo. Un sistema que permite la producción y el flujo constante de bienes y servicios, pero socava -cuando no impone- el derecho a la reproducción de la vida y prohíbe el libre movimiento de personas en busca de unas condiciones dignas. Un sistema que para su reproducción destruye, en suma, las bases mismas de la vida.
Muchas mujeres no podrán sumarse a esta huelga, lo que, lejos de ser una muestra de su elitismo, pone aún más de manifiesto la necesidad de secundarla. Porque habrá mujeres que no encontrarán a nadie que las sustituya en sus cuidados. Y habrá mujeres que no puedan abandonar su puesto de trabajo, tan precario como para que una huelga lo ponga en peligro. Habrá mujeres que el próximo 8 de marzo estarán cruzando una frontera, y quienes, incluso en una fecha tan señalada, tendrán que enfrentarse al acoso, al abuso, a la humillación, en la calle, en su casa, en el trabajo, de parte de hombres que siguen creyéndose con derecho sobre la vida y el cuerpo de las mujeres por culpa de un sistema que nos atraviesa.
Y es ese sistema el que se quiere evidenciar con esta huelga. Y el que se quiere parar. Por eso, quienes podemos permitirnos no cuidar, quienes podemos abandonar nuestro puesto de trabajo sin miedo a represalias, quienes no nos estamos jugando la vida para, simplemente, sobrevivir, quienes tenemos la suerte de no estar violentadas en nuestra vida cotidiana, no tenemos excusa para no parar 24 horas la reproducción de esta barbarie.