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El calor de las palabras: por la defensa y gestión de los bienes comunes

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Hay palabras frías y palabras que dan calor de solo escucharlas. Sol, atardecer, abrazo… nos llevan al sur de nuestras emociones y allí cada cual seguro se recrea con algún recuerdo. En cambio, tú oyes administración, control, presupuesto, contrato, cláusula, y en el mejor de los casos no te recorre un frío la espina dorsal y te quedas como si la cosa no fuera contigo. Y eso es lo malo, lo que nos ha venido pasando durante largo tiempo, que hemos pensado -o nos han hecho creer- que el buen gobierno de nuestros bienes comunes no era asunto nuestro.
 
La humanidad ha sido capaz de descubrir que hay agua en Marte o de extender la señal de telefonía móvil a casi cualquier rincón del planeta. Y, sin embargo, hay lugares a los que aún no ha llegado una idea revolucionaria: una fuente pública. No es nuestro caso, lo sabemos, estamos rodeados de artilugios casi milagrosos. Se llaman grifos y basta con hacerlos girar para que un chorro de algo esencial para la vida llegue a nuestras casas. Hemos dicho un bien esencial pero, además, vulnerable y limitado en sus usos y, pese a todo, sometido a un paulatino proceso de privatización sin que pasara nada.
 
A tu casa te llega la factura de una empresa participada por otra compañía nacional que controla el 50% del negocio privado del agua en España y que, a su vez, forma parte de otra compañía multinacional que lo mismo se dedica a servicios de agua, limpieza, salud, automoción o construcción. No es fácil deducir que estos grandes monopolios condicionan la regulación y el control efectivo por parte de las administraciones de bienes y servicios públicos y nos hurtan a la ciudadanía la posibilidad de participar en la toma de decisiones sobre los mismos.
 
En Valladolid Toma La Palabra queremos reivindicar palabras que nos den calor. Porque no es lo mismo hablar de un factor de producción, ni siquiera de un recurso natural, que de un bien común, aunque de todas esas maneras hayamos calificado al agua; no da igual poner el acento en su importancia económica, que la tiene, que asumir su valor ecológico y social; ni es indiferente que hablemos de gestión eficiente (como si la voz de un demiurgo la garantizase) o de participación y control público.
 
Por eso proponemos remunicipalizar la gestión de servicios públicos como el agua; someter las adjudicaciones externas -cuando esta opción sea inevitable- a cláusulas verdes, éticas, sociales y justas; y elaborar un reglamento de buenas prácticas que dé acceso a toda la información sobre contratos públicos. Se nos cuelan otra vez las palabras frías pero para darle calor a esa gestión municipal eficaz y eficiente necesitamos, además, transparencia, cercanía, amabilidad. Porque un día vas a estar ante una ventanilla municipal y vas a necesitar que esa idea de buen gobierno se traduzca en el reconocimiento de tus derechos. Y si somos capaces, también, de derribar ese muro burocrático entre administración y ciudadanía, entonces habremos conseguido la temperatura exacta de la democracia.