Voces que gritan nombres en el Cementerio del Carmen

  • España es el segundo país del mundo con más muertos sin identificar enterrados en cunetas, en el campo o extramuros de cementerios. Este martes arrancan las excavaciones en la fosa común más grande del Cementerio

El verano nos arrasa. O eso decía hace unas semanas Manuel Saravia en su blog. Quizá pensar que el fin del mundo llegue durante el estío pueda resultar exagerado, pero siempre será una época de “voces que gritan nombres”, todos los nombres. El vino blanco y los paseos por las eras, las lentas horas de la siesta, se detuvieron para mucha gente aquel verano.

Entre junio y septiembre de 1936 los paseos por nuestros pueblos fueron capturas y ejecuciones; los nombres se convirtieron en delaciones; las eras en fosas; y el descanso en un “dolor no amortajado”. Solo en la provincia de Valladolid se han recuperado los cuerpos de unas 2.500 personas que, unos meses antes, remedando a otro poeta, se pasearon a cuerpo por las calles para anunciar algo nuevo.

Pero la libertad se tornó en cuerdas que ataron sus manos a la espalda, quién sabe si unas manos vecinas, y la justicia cambió su rostro por juicios sumarísimos, en el monte, en un camino, extramuros de un cementerio. Todas las historias de aquel verano son únicas y, a la vez, la misma historia: si nos saltamos los detalles, cualquiera podría contarla. Un camión, un militar, un cura, una lista de nombres. Y luego, nada.

Nada, porque nunca hubo nada más. Nada, porque nunca se pudo preguntar. Nada, porque todo el mundo sabía y todo el mundo callaba. Nada, porque la vida fue un mirar adelante sin posibilidad de olvidar. Nada, porque no había pasado nada. Porque en este país se asumió como nada cruzarse y compartir las fiestas del pueblo con los asesinos de tu padre, de tu madre. Y se entendió que nadie tenía que hacer nada para recuperar, no ya sus huesos, sino la historia que encerraban.

Decía Hanna Arendt que “si no conocemos nuestra historia colectiva estamos condenados a vivirla como si fuera nuestro destino personal.” Pero este fue el destino de un país. Y solo desenterrándolo podremos recuperar los huesos y la memoria, devolver los abrazos, los besos y las caricias pendientes, sacar al aire la justicia y la libertad que con aquellos huesos quedaron enterradas.

Y mirarnos a los ojos, con la dignidad que las personas, los pueblos y los países necesitamos.