Estamos viviendo un tiempo nuevo para la política, tanto que tenemos que inventar sobre la marcha otras maneras de hacerla más allá de los encorsetamientos que las actuales reglas nos imponen. Decía Audre Lorde, poeta y activista feminista, negra, lesbiana y pobre (como a ella misma le gustaba definirse), que «las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo». Es el dilema al que se enfrenta la nueva política, que trata de cambiar las caducas estructuras institucionales, cómplices de tanto sufrimiento ¡desde el interior de ellas mismas!
Cuando el pasado diciembre asumimos la responsabilidad de concurrir a las elecciones municipales de mayo de 2015, sabíamos que tendríamos que reflexionar sobre nuestra propia complejidad, surfear entre el horizonte de lo ideal y la perspectiva de lo posible.
Desde que Valladolid Toma la Palabra echó a andar, se conformó como un espacio heterogéneo en su composición y heterodoxo en sus formas, compartido por personas y colectivos, un lugar por construir con, desde y para la participación ciudadana que, por el momento, no encaja bien en las fórmulas legales vigentes.
Las agrupaciones electorales –que han alcanzado una gran popularidad ante la expectativa de cambio de ciclo político- amparan como actores políticos a individuos, mientras que los partidos o sus coaliciones reconocen en estas estructuras al sujeto de la participación política. Si esta pasa por alto a las personas no afiliadas y aquella no reconoce el apoyo explícito de ciertas formaciones políticas, ¿cómo elegir la fórmula que mejor represente la diversidad de quienes formamos parte de este proceso?
En nuestro último plenario #Valladolid18E, acordamos por amplia mayoría –sin sortear un debate que puso a prueba las convicciones de cada cual- constituirnos como coalición de partidos. Y volvemos al principio, vivimos nuevos tiempos para la política pero… las herramientas de las que nos dota el sistema no siempre recogen los intereses y sensibilidades de quienes aspiramos a cambiarlo.
De ahí que, entre los márgenes que se nos imponen, hayamos optado por la fórmula ‘instrumental’ –nuestro funcionamiento seguirá siendo el de un movimiento ciudadano asambleario- que nos permite, por un lado, disponer de los recursos que la ley habilita a los partidos con representatividad y, por otro, hacer un mejor uso de nuestros propios tiempos y esfuerzos que, a partir de ahora, podremos volcar en difundir nuestro programa, transmitir la credibilidad y madurez política del trabajo colectivo e incorporar a más gente a este ilusionante proceso en construcción.
Pero los cambios nunca suceden en el vacío y en este tránsito hacia algo nuevo nos iremos reconociendo entre lo que somos y lo que aspiramos a ser. Y no olvidemos que la casa del amo es cada vez más grande. La Reforma Local conocida como ‘ley Montoro’ supone un ataque a la democracia, ya que vacía de poder a las entidades locales -transfiriendo la mayor parte de las competencias municipales, desde servicios sociales hasta urbanismo- en favor de una caduca estructura como la Diputación (la única administración cuyos representantes no son elegidos directamente por la ciudadanía).
Por ello es importante que las ansias de cambio que se expresen en nuestros municipios también se manifiesten en la institución provincial, para evitar que contribuya al saqueo del medio rural. Valladolid Toma la Palabra se inspira en unos principios de justicia y solidaridad que nos interpelan a sumar fuerzas con los pequeños municipios para obtener representación provincial, opción que queda vetada en la actual legislación a las agrupaciones electorales.
Si queremos construir una casa nueva, podemos desmantelar –que no ignorar- las herramientas, podemos reciclar los materiales viejos, podemos, incluso, echar abajo sus vigas. Pero si aspiramos a nuevos términos y relaciones de poder tenemos que adueñarnos de ella: el problema no es la casa, el problema es que esta tenga amo.