Si eres de Valladolid de toda la vida, jamás habrás llamado «Renault« a la principal empresa de la ciudad, aquí hablamos de la FASA. Toda una generación ha aprendido a nadar en las piscinas del GRUFARE y ha hecho la compra en el economato antes de que las grandes superficies desembarcasen en nuestros descampados y nos hicieran creer que la felicidad se esconde tras las brillantes cristaleras de un shopping center.Para la gente de esta ciudad,
Michelin no es un monigote regordete ni una guía de viajes, sino la otra gran fábrica. Una generación que ha crecido desayunando leche Lauki -en bolsa de plástico y sistema UHT- que solo duraba dos días en la nevera, endulzada con azúcar de Acor, y merendando bocatas de queso, sin más, porque Entrepinares, de toda la vida, es el equipo de rugby. Un estudio de la Cámara de Comercio sobre la Competitividad de Valladolid señalaba la
«excesiva dependencia industrial del sector de la automoción», vamos, lo que siempre se ha dicho aquí, que «si la FASA estornuda, toda Valladolid se resfría».Llegó un tal ‘Superlópez’ y revolucionó el control de stocks en el suministro, y entre catarro y catarro, nos fuimos inmunizando a los
expedientes de regulación, que como no llegaban las piezas, era la plantilla la que tenía que irse a descansar a casa. Luego vino aquello de la externalización, y cuando no era Turquía, era Rumanía y sino Marruecos, pero siempre había alguna razón para abaratar costes en la producción que, en resumen, eran rebajas salariales.
Hemos paseado por calles a las que Indal -otra empresa que nos acompaña desde hace más de medio siglo- ha ido renovando sus viejas farolas por luminarias eficientes. Y mientras vemos cómo se vacían nuestros barrios y, el centro mismo, de comercios de confianza y cercanía, contemplamos una ciudad dispersa que devora territorio en la periferia local y reclama más nudos de comunicación para conectarnos con esos flujos de la economía global.
Las luces de neón que nos anuncian desde las rotondas de acceso los grandes centros comerciales permanecen apagadas, sin embargo, en esa esperanza yerma en que se han convertido muchos de los polígonos industriales que conforman el alfoz de Valladolid. Solo el Parque Tecnológico de Boecillo, hasta 2013, había perdido 20 compañías y más de 800 empleos.
Ni con evocadores nombres, que traen a la memoria algún romance de Lorca, Los Alamares ha conseguido dar uso a más de la cuarta parte del suelo industrial en Laguna de Duero. Y entre Cigales, Corcos y Cabezón, un 40% de los propietarios de las antiguas parcelas agrícolas están aún pendientes del cobro, desde que en 2011 las promotoras dieran como fallida la operación del polígono Canal de Castilla.
Ni las lógicas humanas ni las territoriales atienden a límites administrativos. Por eso, más allá de que el futuro esté en un coche eléctrico o en la conexión con el aeropuerto, de que apostemos por la industria agroalimentaria o por la I+D+i, tendremos que racionalizar los recursos disponibles. Un acuerdo de buena vecindad entre municipios que nos invite a mirar un paisaje común.
Consulta nuestra propuesta de coordinación industrial con los municipios del alfoz en este enlace.