- Escrito por Esther Benavente, número 6 de la lista electoral de Valladolid Toma la Palabra
Hace unos días, en un artículo al que le hemos robado descaradamente el título, se lanzaba una pregunta que podía parecer intrascendente, una pura cuestión metodológica, decían, pero que encierra una gran carga ética. ¿De qué te ocupas? ¿De lo pequeño, lo cotidiano, o de lo grande, de la totalidad?
En Valladolid Toma La Palabra nos ocupamos de las palabras, qué tontería, verdad. Pero es que existimos, también, por el nombre que le damos a las cosas. Y así, en este trabajo a muchas manos, nos van saliendo hilos de un programa, ‘Valladolid Habla’, porque creemos en la fuerza transformadora de la participación. Es inevitable que, a veces, se nos cuelen palabras feas, como el miedo, pero solo para poner el foco en él y darle la vuelta, y armar un ‘Mapa de la Ciudad sin Miedo’, donde hasta la última ciudadana pueda caminar, vivir y hasta sentirse interpelada por sus calles.
Una ciudad en la que es necesario, más que hacer, deshacer, no hacer, rehacer, y como nuestras abuelas, ‘Retejer’: mirar las plazas como almazuelas, ver en paseos y riberas los retazales que nos inviten a unirlos y convertir la ciudad en una manta acogedora, casi a la medida de nuestro tamaño. Que nos cubra, nos cuide y, también, nos deje ‘Respirar’: una ciudad que se ocupe de cómo nos movemos, por qué y para qué, que nos invite a pasearla, y nos de facilidades para encontrar esos caminos.
Y si nos perdemos, porque la vida no siempre es fácil, que nos de alguna pista, que ilumine nuestras ‘Sol/edades’, pero tratándonos de tú a tú, facilitándonos herramientas, espacios, redes… pero respetando cada uno de nuestros tesoros. Y guiándonos hacia los de la propia ciudad: quizá un convento medieval en pleno centro sea el disparador de los sueños hacia cada rincón de la ciudad, y se multipliquen iniciativas ciudadanas, surgidas de los barrios y de sus gentes, y hasta se nos agoten los meses, los ríos y los canales para ponerle nombre a la cultura que crece en sus riberas.
Y volvemos al tamaño de lo que importa, y de las palabras, porque elegimos ‘Lilliput’ para nombrar nuestra visión de las relaciones, con el entorno y con las personas: una economía social, mirando al territorio y a la producción de cercanía, a la agroecología y al comercio local, una economía del bien común. Bienes comunes tangibles, como una zanahoria, o intangibles… ¿alguien ha visto un bit? Pero tan importantes la una como el otro, a través de una administración digital que comparta de forma transparente su información y nos ayude, también, a entenderla.
Una ciudad donde empecemos a hacer realidad el sueño de vivir de otra manera. ¿Soñamos? Pues venga, que nuestra morada no hipoteque nuestro futuro, que nuestro hogar se adapte a nuestros ciclos vitales, que nadie se enriquezca con nuestro derecho al buen vivir, a vivir en una casa, sí, la tuya, pero colaborando con el resto para hacer de sus espacios ese bien común, el de cuidarnos mutuamente, el centro de nuestras vidas.
En el artículo al que le hemos robado el título afirmaban, citando a Peter Sloterdijk, que “la miseria de los grandes relatos no reside en que sean demasiado grandes, sino en que no lo son lo suficiente”. Y se preguntaban si seremos capaces de construir un relato lo suficientemente inclusivo, tan poroso, tan flexible, como para plantarle cara a un monstruo de dimensión descomunal, de naturaleza fluida, y frenar la potencia asfixiante de una herida que nos atraviesa de extremo a extremo. Y con este programa que os presentamos, nos respondemos que sí: el tamaño de lo que importa y de lo que nos ocupamos es el del mismo mar.