- Crónica de nuestro encuentro sectorial con colectivos sociales sobre el programa de Valladolid Toma la Palabra
Que una animadora comunitaria, con más de tres décadas a cuestas en los servicios sociales del Ayuntamiento, te diga que se llega por la tercera generación, o sea, que está atendiendo a las nietas y nietos de sus primeros usuarios, significa que algo se está haciendo mal. Que una educadora social cuente que un grupo de jóvenes con el que trabajaba no sabía ni lo que era el TAC cuando se los llevó de espectáculo, significa que en algo se está fallando. Si reconocemos, no ya que hay una cultura que no llega a la población más vulnerable, sino que ni siquiera sabemos cómo generar cauces de participación accesibles para el todo mundo, significa que hay que darle más de una vuelta al enfoque de inclusión.
Y eso es lo que hemos pretendido la tarde de ayer, compartir sentires, sobre su trabajo cotidiano, y pensares, sobre su visión del programa de Valladolid Toma la Palabra para las elecciones municipales del próximo domingo. Nos hemos juntado con profesionales de la acción social, tanto de la administración como del tercer sector, y hemos tomado nota de sus necesidades de formación, porque la realidad cambia y la atención que hay que dar también, y buscar soluciones en red y diversificar recursos, y hasta evaluar procesos. Y si de camino, aprendemos a coordinarnos, que por más que nos empeñemos la vida no tiene compartimentos estancos y esto es algo que la administración debería asumir, mejor que mejor.
Hemos apuntado muchas cuestiones concretas, desde la situación de trabajo en los CEAS a las condiciones laborales de un sector con servicios, mayoritariamente, externalizados, y mira tú por dónde que no hay que pedalear mucho para toparse con la paradoja de la precariedad que viven quienes trabajan para sacar de la precariedad a otras personas. Hemos llegado a pocas conclusiones, pero se vuelve a poner de manifiesto que no todo se arregla con dinero, y unos contenedores sin contenido, o una ineficiente articulación entre la columna vertebral de los servicios sociales de un Ayuntamiento y unas extremidades apoyadas en el tercer sector, tan necesario para cubrir necesidades básicas, pueden ocultar demasiadas disfunciones, como lo barato que le sale a aquel dejarle a terceros la atención de lo invisible.
Hemos hablado del papel del voluntariado, y nos hemos preguntado, dónde está la gente joven, a sabiendas de que Valladolid ha perdido 60.000 jóvenes, sí, casi una ciudad, desde que comenzó la crisis; de familias refugiadas y de menores no acompañados; del sueño de municipalizar servicios o, cuando menos, de observar cláusulas que favorezcan el acceso a entidades sociales y cooperativas en los concursos públicos. No hemos hablado del ocio mercantilizado, pero sí de una de sus consecuencias, como el hecho de no encontrar espacios donde algunas familias puedan echar la mañana o la tarde, compartiendo actividades, sin dinero. Y hasta de cómo acompañar, sin empujar, sin avasallar, sin apropiarse ni protagonizar las revoluciones feministas pendientes. También de educación no reglada y de educación en valores, del aprendizaje a lo largo de la vida, y de la importancia de la educación sexual en todas las etapas vitales. Hablamos, en definitiva, de ese tipo de educación que te prepara para la sociedad que te ha tocado vivir, en la que quizá sea más importante saber organizarse para defender un buen sistema público de salud o reclamar el derecho a una vivienda digna que encontrar un trabajo precario.
¿Servirá de algo hablar tanto? ¿Dónde estaba la gente de la que estábamos hablando? Porque quizá sea por ahí por dónde tengamos que empezar, a lo mejor, algo dirán. Si atendemos necesidades, pero no confiamos en las potencialidades; si se atienden, solo, como problemas sociales lo que tiene un trasfondo estructural; si no creemos en la gente, si no le enseñamos a participar y a transformar su realidad, si no cambiamos la mirada asistencialista por un enfoque de capacidades, seguiremos viendo pobreza y exclusión donde lo grotesco es la riqueza y la desposesión.
En campaña, todos los partidos gobiernan para todos. Es una boutade casi insultante, toda vez que la forma de gobierno, obviamente, generará consecuencias en toda la población, pero no las mismas. En un escenario de precariedad creciente, gobernar para todas pasa por priorizar, decidir y gestionar el buen reparto de la escasez desde la solidaridad. Gobernar para todos es entender la política como un seguro de vida, como un derecho al buen vivir, especialmente, para quienes son más vulnerables. Gobernar para todas es poner en el centro de la política a las personas y prevenir, para no tener que asistir, situaciones de extrema vulnerabilidad.
Coda: cuando habíamos terminado, un educador nos ha enseñado una piedra de jaspe que un amigo mexicano le ha traído y que, según él, le ha dado suerte con un adolescente al que atiende en un piso tutelado. La llevará en la cartera hasta el domingo, aunque no sea supersticioso. Y es verdad, no es cuestión de creer en esas cosas, aunque algo de magia nunca venga mal, sino de conocer y contrastar estas otras. Y votar en consecuencia, claro.