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Ilusión por cambiar Valladolid

  • “Manuel Saravia, el concejal sin vacaciones”. Artículo publicado el 11 de febrero en El Norte de Castilla

Manuel Saravia se encrespa pocas veces. Al menos públicamente. Y sin embargo él ha notado, desde que asumió el puesto de teniente de alcalde y concejal de Urbanismo, que esto de la política municipal es capaz de cambiar el humor al mismo Job. «Entre las cosas que llevo peor es lo del humor. A veces te acabas enfadando», admite cuando se le pregunta qué es lo que más le ha disgustado en estos dos años y medio largos de mandato. «Me he visto este último año mucho más enfadado de lo que me habría gustado. No me gusta estar enfadado», asegura. Y es que el cambio del Plan General de Ordenación Urbana y la apuesta por la integración ferroviaria en lugar del soterramiento serán los dos grandes temas que marcarán estos cuatro años de gobierno de coalición de izquierdas. Y eso, como es obvio, expone muchísimo a la cabeza visible de todo lo relacionado con el urbanismo y al propio alcalde. «Se te pone el carácter más a la defensiva, incluso en algún momento, que me gustaría pensar que no ha sido excesivo en mi caso, algo más cínico. Esas cosas pasan y creo que es inevitable», apunta con resignación.

Sus compañeros de grupo dicen que es el hombre sin vacaciones. «Te vas de vacaciones, dejas la mesa con un montón de papeles y cuando vuelves tienes los mismos y unos cuantos más», justifica. «Cuando te vas de vacaciones y tienes asuntos complicados estás incómodo y si voy a estar en Valladolid, pues no me cuesta mucho trabajo».

Aunque ya llevaba tiempo en política, le han sorprendido algunas cosas que se ha encontrado en el otro lado, el del equipo de Gobierno. «Los primeros meses tenía la sensación de que gobernar estaba muy bien, que te permite hacer cosas, que no estás en la labor siempre de oposición, y además estás pudiendo hacer cosas que hace mucho tiempo que planteas. Estás fresco, te pones a ello y tratas de arrancar. Arrancar las cosas es relativamente fácil, lo peor es cuando empiezan a torcerse», explica. Y en ese torcimiento influye mucho el barullo burocrático que lo envuelve todo. «Nos encontramos con una práctica administrativa que es tremenda. Se han ido haciendo las leyes… Yo soy funcionario desde hace años en la Universidad, antes estuve en la Diputación, en el Ayuntamiento, pero ahora me parece que es tremendo. Tienes tomada una decisión política, un presupuesto que quieres dedicar a eso, sabes que es legal, que no tiene problemas desde el punto de vista de la legalidad… Y es imposible. A partir de ahí es subir el Tourmalet, pasar por aquí, por allí, por un informe, por Intervención… Cada uno hace su trabajo, pero el conjunto de todo nos lleva a despropósitos. No se puede tardar tanto en poner en marcha un proyecto cuando no hay ningún problema. Eso te cansa muchísimo, te lleva mucho esfuerzo, desanima, es difícil de explicar a la gente», señala.

Eso le ha llevado a aprender algunas cosas a base de palos y decepciones. Por ejemplo, que lo de fijar plazos, cuando los plazos no están en tu mano, es una mala política de imagen. «Algo que en mi caso ha sido algo patético es lo de poner plazos», sonríe resignado. «Me dicen que no los ponga, pero yo he preguntado, me dicen, y respondo estará para marzo, con las ganas además de que esté para entonces. Y no está en marzo, ni en abril, ni en verano…». Es cierto, admite, que lo importante es que al final las cosas se hagan, pero también lo es que hay obras y proyectos que acaban por convertirse en una pesadilla recurrente. «En general, entre las críticas, los compromisos que se van retrasando, los problemas que van apareciendo, trabajas con una presión que no es buena». De ahí, volviendo a lo del principio, los cambios de humor.

Esto le ha llevado a adquirir cierto tono realista que le sirve para confrontar la ilusión, quizá algo ingenua al principio, dice, de que se podía hacer todo y ya. «Antes lo veías y todo era un mundo de posibilidades. Ahora no vale decir solo eso. Primero, todo no es fácil, tiempo tampoco tienes, ni presupuesto, y entonces empiezas a reajustarlo todo y a pensar ‘igual tampoco está tan mal’. Tienes que ir a lo que puedes hacer con los medios que tienes».

«Me gusta mucho una cita de Camus que dice lo verdaderamente difícil no es ser extremista, sino saber qué es lo justo, lo que hay que hacer en cada momento», dice como resumen de una filosofía aplicada a la gobernanza de la ciudad. Aunque entre la tensión y algunos chascos también ha habido momentos en que ha sentido que las cosas, por fin, fluían. «Una de las cosas que más me gusta, que me deja más satisfecho, es el plan de vivienda, el incremento del parque de alquiler social. Hemos comprado 58 y algo que es elemental es que hay que ir al notario. Son viviendas pequeñas pero van a ser ocupadas por familias que no tienen acceso, que no pueden entrar en el mercado de la vivienda, y es gratificante».

Eso, y haber devuelto el protagonismo a los técnicos de la casa, del Ayuntamiento, especialmente con todo lo relacionado con el ambicioso cambio del Plan General de Ordenación Urbana. «Desde el principio lo tenía claro. La gerente de VIVA es arquitecta funcionaria de la casa, los cargos y trabajos que podemos se hacen aquí, como el Plan General. Y eso tiene las ventajas de que la gente que lo va a tramitar y hacer cumplir lo conoce bien, pero es que además el trabajo de los funcionarios se revitaliza a fondo, participan del sentido de administración de la ciudad. Y la verdad es que en general todo el personal trabaja muy bien, muy a gusto».