Artículo de opinión de María Sánchez, portavoz del Grupo Municipal Valladolid Toma la Palabra, publicado en El Día de Valladolid del 14 de mayo de 2021.
Decía un amigo que el 15M no venía en los manuales. Nos pilló por sorpresa incluso (o quizá especialmente) a quienes llevábamos años movilizándonos por infinidad de causas. A mí, en concreto, me pilló de campaña para las elecciones municipales de 2011, tras la celebración en 2010 de unas primarias abiertas pioneras en nuestro país. Unas elecciones que me llevaron al Ayuntamiento por primera vez. Ni podía sumarme como una ciudadana más, ni seguir la campaña como si nada: nos acercábamos a las asambleas en un discreto segundo plano y en silencio y cerrábamos nuestra caseta electoral como muestra de respeto.
A quienes militamos en la izquierda el 15M nos trajo una noticia buena y una mala. La buena era que sus reivindicaciones, compartidas por amplísimos porcentajes de la ciudadanía según las encuestas, eran muy similares a las propuestas que siempre habíamos defendido. En las plazas se hablaba de poner los derechos por encima de los beneficios; de que la crisis la pagaran quienes se enriquecen a costa de los demás; de cambiar un sistema político y electoral diseñado a medida del bipartidismo. La mala noticia era que aquellas propuestas, las «nuestras» de toda la vida, sonaban nuevas para mucha gente. Algo estábamos haciendo mal. Pero el bullir de las plazas daba la oportunidad de plantearse cambiar cosas que parecían intocables.
El 15M cambió el sentido común en muchos aspectos. Rompió con una resignación que se daba por supuesta. Nos negamos a asumir como normal el rescate de los bancos cuando les va mal, mientras ellos desahucian a quien se retrasa en pagarles. Dejamos de aceptar como inevitable que los grandes poderes económicos puedan comprarse a políticos cuando les venga en gana. En resumen: mucha gente dejó de conformarse con que “las cosas son así”.
Fue un terremoto social, cuyas réplicas aún resuenan. El bipartidismo se resquebrajó por primera vez en décadas y cuesta pensar que haya vuelta atrás. Las exigencias de democratización y transparencia de partidos e instituciones se han plasmado en normas internas, leyes y reglamentos. Incluso los grandes bancos y empresas se esforzaron por aparentar que eran algo más que máquinas de hacer dinero.
No, el 15M no lo cambió todo, pero al menos rompió con la sensación de impunidad de sectores muy poderosos.
Pero esos sectores saben adaptarse para mantener sus privilegios. Decía en su día Alberto Garzón que el 15M fue un cortafuegos para que el descontento social no alimentara a la extrema derecha y se canalizara hacia la reivindicación de democracia real e igualdad. Diez años después, en ese cortafuegos ha comenzado a crecer la maleza. Para conjurar el discurso del odio y del sálvese quien pueda, bien nos vendría volver a llenar las plazas con solidaridad y ganas de democracia.