Artículo publicado el 8 de diciembre de 2016 en El Norte de Castilla
El Ayuntamiento de Madrid ha decidido recuperar para uso peatonal parte de la Gran Vía durante algunos días de diciembre y enero. Quienes somos de provincias ya nos agobiamos al pasear o cruzar semejante autopista en pleno centro, así que ni quiero pensar cómo se pondrá en estos días de especial bullicio.
Obviamente, no ha gustado a todo el mundo. Esperanza Aguirre incluso se ha plantado en la calzada para denunciar que Carmena busca “destrozar las Navidades”, nada menos. Pero, más allá de la estrambótica oposición de la expresidenta, es prácticamente imposible tomar una decisión así sin una resistencia social importante. Nuestra cabeza no cambia de un día para otro, y nos hemos acostumbrado a meter el coche hasta la cocina.
Sin embargo, es una mera cuestión de perspectiva. Si se nos ocurriera hoy abrir al tráfico las calles Mantería o Santiago durante estas fechas lo consideraríamos una locura y quizá hasta una amenaza al “espíritu navideño” si, como Aguirre, lo reducimos a las compras.
De hecho, si un coche irrumpe en Teresa Gil o cualquier otra, quienes vamos a pie reaccionamos de forma instintivamente hostil ante quien perturba nuestra tranquilidad, muy especialmente si vamos con niños, personas mayores o con problemas de movilidad. Aunque sepamos que tiene todo el derecho a llegar a su garaje, no queremos ceder a la ligera ese “territorio conquistado”.
Y es que, más allá de sus virtudes medioambientales y de salud, hay algo de liberador en tomar la calzada con los pies. Como en esos días de fiesta en los que el tráfico se corta por conciertos, maratones o cualquier otro motivo y se puede caminar por Cebadería sin miedo a pitidos ni sobresaltos. A mí, al menos, me recuerda a esa sensación de libertad de descalzarse y pisar la arena de la playa o el césped con la pies desnudos. Hay algo primario, instintivo, que nos dice que es más natural, más genuino y apropiado ocupar ese espacio a pie, andar o pararse a conversar, que recorrerlo a toda velocidad en grandes máquinas que echan humo. Por útiles que nos resulten en muchas ocasiones.