Artículo publicado el 23 de marzo de 2017 en El Norte de Castilla
Bertold Brecht expresó (a lo bruto) el destino trágico de las ciudades: “De las ciudades solo quedará el viento que pasaba por ellas”. Vale. Pero hasta ese día, vamos a intentar organizar (a seguir organizando) en la nuestra un escenario que resulte acogedor para la vida urbana, suficientemente equilibrado, medianamente austero, sostenible, funcional y, en lo posible, justo. Que no ofenda (aceptablemente bello). Que recoja la historia (pero toda, no solo la aristocrática, religiosa o militar). Que apunte (sin papanatismos) a un mejor futuro. Que se acomode lo mejor posible al solar en que se asienta (ese valle de aguas que algunos creen ver en el nombre mismo de Valladolid). Que sea coherente con las perspectivas de los municipios vecinos y colabore con ellos. Un escenario que nos permita, en último término, reconocernos.
Se trataría de seguir construyendo una ciudad que es fruto de muchos esfuerzos recientes, pero también de otros que vienen ya de muy atrás, y que ampare ilusiones y esperanzas que también apuntan lejos. Es imprescindible que tal declaración de intenciones no se quede en una serie de frases sin consecuencias. Y para evitarlo hay que establecer prioridades entre los principios enunciados más arriba. Porque la habitual creencia de que todos los valores positivos tienen que ser compatibles no es razonable. Lo justo y lo bello, por ejemplo, no tienen por qué ir de la mano. Tampoco lo funcional y lo económico, lo sostenible, lo eficaz y lo poético. La experiencia más bien nos dice que unos y otros valores pueden entrar en conflicto, y que a menudo lo hacen, incluso de forma violenta. Nada asegura que el universo humano haya de ser un cosmos, una armonía: “Admitir –dice Isaiah Berlin- que la realización de algunos de nuestros ideales pueda hacer imposible la realización de otros” parece sensato.
Es cierto que hay que intentar compatibilizar todos los valores urbanos, pero también establecer prioridades claras, expresas, y en esa tesitura se ha decidido poner por delante de los demás el criterio social. Intentar unir los dos grandes logros: la ciudad y los derechos humanos. Y referir las propuestas al último ciudadano, a la última ciudadana, tan cargada (lo sabemos) de derechos como los demás. Para conseguir, en síntesis y finalmente, una ciudad que pueda calificarse de amable. Es decir, una ciudad digna de ser amada.
Manuel Saravia Madrigal
Concejal de Urbanismo, Infraestructura y Vivienda por Valladolid Toma la Palabra