Artículo publicado el 19 de enero de 2017 en El Norte de Castilla
Hace pocas semanas tuvimos ocasión de ver cómo salía a la luz, casi como nuevo, el viejo puente de las Carnicerías de Valladolid, en una parcela de la Bajada de la Libertad. Y en estos días un nuevo hallazgo. Unas dovelas, junto al puente de Isabel la Católica que debían pertenecer al antiguo puente del Cubo. La obra del Mercado del Val nos ha entregado también algunas maderas de una sinagoga medieval. Y así una y otra vez, en muchas de las ocasiones en que, con motivo de alguna intervención, se rastrea algo el subsuelo.
No deja de ser curiosa esa imagen de la ciudad sobre la ciudad, la convicción de que lo que vemos en la calle esconde otras calles. Y casas y prados y restos de los viejos cauces que se van hundiendo poco a poco, irremisiblemente, como bajan también hacia el olvido los mensajes de Wasap o de correo electrónico. Y así como el reencuentro con una vieja carta despierta sentimientos inquietantes, la aparición de restos antiguos suscita la emoción de una vida perdida.
Y con ella todo el tejido de logros y de ruinas, de esperanzas y sueños, frustraciones, dolores o alegrías que en lo sustancial no diferirán en nada de los nuestros. De ahí la punzada del sentimiento de continuidad e identidad de nuestras vidas con las que ya se fueron.
Pero a pesar del interés de estos hallazgos, la arqueología urbana suele ser incomprendida. Es costosa, retrasa las actuaciones. Navega entre los intereses inmobiliarios, las de las administraciones públicas, los anhelos de los propios investigadores y los de una demanda ciudadana que con frecuencia quiere todo: conocer, conservar, ver y recorrer los restos; pero también impulsar mejoras en la funcionalidad urbana. Un equilibrio difícil de resolver.
Con todo, no deberíamos ponérnoslo demasiado difícil. Nos proponemos comenzar a dar forma a este recorrido arqueológico con los enclaves fundamentales existentes, empezando con Villa del Prado y continuando con Soto de Medinillla y La Antigua. Y armar a partir de ahí un parque arqueológico esencial, con lo fundamental, lo básico, que nos ayude a revivir virtualmente los acontecimientos del pasado. A pesar de que el “sentimiento de aventura” de cada vida nos certifica que ningún momento se va a repetir.
M. Saravia