Por arte público me refiero a esos objetos artísticos que se disponen al aire libre, en el espacio público, para cualificarlo. Esculturas sobre todo, pero también murales o grafitti, que muchas veces se han creado pensando en un emplazamiento abierto, sin concretar. Pero que en otras ocasiones se diseñan para una localización exacta y precisa de alguna determinada calle, plaza o parque. Son obras de arte que se caracterizan, entre otras cosas (y si se me permite esta guasa), por la enorme dificultad de acertar. No hay manera. Si se proponen objetos de fácil comprensión, a muchos les parecen banales. Si se trata de creaciones simplemente geométricas o “abstractas” (por tomar una denominación elemental), a nadie le dicen nada. Si se va, con decisión, a la provocación, te la juegas; y por cada uno que aplauda hay cien que te abuchean: vaya bodrio. En fin, como digo, no es fácil acertar.
En Valladolid tenemos de todo. Hay estatuas centenarias, que ya escapan a la crítica, como el monumento a los Cazadores de Alcántara, de Benlliure. O el de Cristóbal Colón (de Susillo), que iba a Cuba y estalló la guerra. Otros muchos se identifican ya perfectamente con el paisaje urbano en el que están, como sucede (por citar un solo ejemplo, entre muchos) con las sirenas de Concha Gay en la fuente de Martí y Monsó. O esa gente de bronce, en tamaño real y en escenas más o menos cotidianas: Rosa Chacel en un banco de Poniente (Santiago Pardo), o Guillén, Einstein o Pío del Río Hortega (también en Poniente o en el Museo de la Ciencia, todas ellas de Pardo). Ahí está el fotógrafo del Campo Grande o el comediante de Martí y Monsó (ambas de Eduardo Cuadrado). O la gran “Niña leyendo” de las Batallas (Belén González). O la Mesta, de Miguel Escalona, frente a Vallsur.
También juegan un papel de significación del espacio algunas piezas singulares como la “Columna forma del sonido” (de Frechilla) o la “Inversión VIII” (de Ángel Mateos Bernal), en la avenida de Salamanca. O el etéreo “diálogo” (de Carlos de Paz, en el Canal de Castilla). O el “árbol de la vida” de Benito Mauleón. Por supuesto, hay que citar las obras magníficas de Chillida (“Lo profundo es el aire”, de 1982) o de Oteiza (“Macla de dos cuboides abiertos”, en San Agustín), que ya se consideran clásicas. Pero todavía cuesta asumir otras, por muy famoso que fuera su autor. Como la gran obra de Dennis Oppenheim, “Escenario para una película” (en el Paseo de Zorrilla, al cruzar la Rubia), todavía, según creo, no muy aceptada.
Algunas más han sido propuestas por grupos o asociaciones, como el reciente “Homenaje a ciclistas fallecidos en las carreteras” (2016). O el previsto “Monumento al cofrade”, que se instalará en Portugalete. Y en este capítulo debería enmarcarse igualmente el debate sobre la escultura de Gabarrón que se quiere colocar en las inmediaciones del estadio Zorrilla, como homenaje a la afición (de 11 m de altura). Es verdad que hay algunos autores que tienen varias obras instaladas en la ciudad, como Membiela (la mejor de las suyas, para mí: su “Arlequín sentado”); o Pardo (ya citado). Pero el propio Gabarrón también está presente con las “Puertas de la ciudad” (1997, en carretera de Rueda), o su “Metamorfosis” (2007, junto a las Cortes), entre otras.
Pero al hablar de arte público también se suscita con frecuencia un debate, como decía al principio, sobre los emplazamientos. Hubo algunas polémicas curiosas, como la de la ubicación concreta de la mismísima estatua de Zorrilla (la vieja escultura de Aurelio Carretero). Al reurbanizarse la plaza se plantearon varios posibles enclaves. Lo que dio lugar a intensas discusiones, incluso sobre el lugar hacia el que debía dirigir el poeta su mirada. Un grave problema, no cabe duda. Y también está pendiente otro gran debate que a veces se anuncia, sobre el lugar del Conde Ansúrez (otra obra de Carretero), que cada cierto tiempo se pone en cuestión, al considerarse la posibilidad de que abandone el centro de la Plaza Mayor.
Es cierto que también deberíamos advertir de cuestiones mucho menos artísticas, pero importantes, sin duda. Por ejemplo, todo lo que se refiere al mantenimiento de esos mismos objetos artísticos. Pues conviene pensar, al instalar alguna pieza artística, en los posibles problemas que pudieran suscitarse después. Y así, por ejemplo, los paneles de la Plaza de las Ciudades Hermanadas (18 imágenes en la calle Olimpo, con proyecto de Martín del Amo y Moyano; que forman “una plaza que sirve de monumento y es escultórica”, como se dijo en su inauguración) han supuesto importantes dificultades, cuando se rompen o deterioran. Pues no hay repuesto. Y algo parecido se plantea cuando la escultura de Gabarrón de la que hablábamos se quiere implantar rodeada de unas piezas cerámicas que llevarían inscritos los nombres de los aficionados “donantes”. Pues si se rompen o deterioran, ¿quién las sustituirá?
En este momento están planteadas en el área de Urbanismo tres tipos de propuestas de arte público para la ciudad, que convendría poner en marcha y “activar”. El primer conjunto se refiere a los “itinerarios culturales” que se pretenden ir formando en cada barrio. El segundo, complementario del anterior, una serie de dibujos de pájaros a instalar en los portales de algunas zonas de Pajarillos. Y el tercero, otra serie de elementos que se ubicarían en los pasos de la “trenza”, de los paseos laterales que cruzarán el ferrocarril por debajo.
Concretamente, en el ámbito del paso que unirá Labradores y Panaderos con la Avenida de Segovia, estaría bien instalar algún elemento valioso de arte público. Hay incluso quien se ha atrevido a dar nombres. Y la verdad es que para animar a esa instalación se cuenta con un precedente magnífico, como es el del Museo de Escultura al Aire Libre de la Castellana, bajo el viaducto de Juan Bravo. Recuerdo bien la polémica que se generó con la escultura colgada de Chillida: ¿Se integraría bien con el viaducto? ¿Afectaría su peso a la estructura? Finalmente la pieza cualifica decisivamente ese ámbito. Y por eso hay quien dice ahora, para esas obras que se piensan para Valladolid: ¿por qué no este o aquel autor? Aunque después de la polémica que se ha levantado con el caché de alguna cantante para actuar en ferias, y aun sabiendo que en el viaducto de Madrid solo se pagó a los escultores el coste de los materiales, no dejaríamos de hacernos esta pregunta: ¿cuál sería el caché de cada autor?