- Artículo publicado el 27 de noviembre de 2017 en El Norte de Castilla
Una manada de animales salvajes observa a su presa y ataca en grupo, sin dejar resquicio para la huida; sin dar oportunidad para la posible defensa. La víctima está sola y desprotegida.
En España se comete una violación con penetración, a mujeres, cada ocho horas. Sin duda, el número se hace aún más estremecedor, si hablamos de cualquier tipo de agresión sexual. Ante esta realidad, los propios datos de la Fiscalía General del Estado desmontan el mito de las denuncias falsas. Se estima que, de las más de las 100.000 denuncias presentadas al año por violencia machista, tan sólo son falsas el 0,014%. Sin embargo y de manera incomprensible, la mujer víctima de la violación suele llevar como un lastre, la sospecha sobre su comportamiento, antes, durante y después de la agresión.
¿Cuáles eran sus hábitos? ¿Cómo iba vestida? ¿Qué tipo de amistades frecuentaba? ¿A qué hora iba sola por la calle? ¿Por qué iba sola? ¿Se resistió lo suficiente? ¿Ha rehecho su vida? ¿Ha vuelto a sonreír? ¿Por qué sonríe? ¿Sigue saliendo de noche? ¿Tiene algún novio o relación? ¿Sigue llevando esa ropa ajustada “tan provocativa”?
Siempre la sombra de la duda. Una duda, velada o manifiesta, que hace que el sentimiento de violación, ultraje y desprecio se sufra una y mil veces. Un estigma permanente e histórico que nos recuerda que Eva insiste en ofrecer una manzana al inocente y disciplinado Adán, para hacerle caer en el pecado.
No debemos sorprendernos, por tanto, del miedo a denunciar por parte de la mujer agredida. No es un plato de gusto, correr el riesgo de ser culpabilizada y tratada como un trapo, al libre antojo de los chismosos de las esquinas, de las tertulias casposas o de las redes sociales.
Es posible que uno de los grandes errores, como en tantas luchas sociales, haya sido pensar que todo estaba conseguido, que el feminismo había perdido sentido y que la igualdad era plena. Cuando se considera que todo está logrado sólo hay una posibilidad: retroceder y perder derechos. En esa situación; en los momentos en los que nos relajamos ante un peligro, se genera un territorio abonado para las bestias, las manadas y las jaurías que impunemente, atacan a sus víctimas.
Alberto Bustos García
Concejal de Valladolid Toma la Palabra